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El nuevo disco de la sueca Karin Dreijer




Nada del todo convencional en el caso de Karin Dreijer. El lanzamiento de su segundo disco solista, después del fantástico debut homónimo de 2009, llevó un largo tiempo de maceración y fue anunciado apenas un día antes por la artista sueca a través de un tuit. Hasta ahí, nadie sabía demasiado de los planes de Dreijer, que nunca ha conectado con la prensa -da muy pocas entrevistas y suele ser más bien lacónica y cortante-. Ni de la continuidad de su proyecto solista ni del futuro de The Knife, cuya última señal de vida en estudios fue el magnífico Shaking The Habitual (2013), título elocuente para un manifiesto político-musical cargado de drones, pesimismo y mordacidad.

Fruto de la sociedad con su hermano Olof, aún menos comunicativo que ella en público, The Knife llevó la electrónica a lugares inusitados en términos estéticos y geográficos (grabaron en una mina de carbón y en la bóveda de una antigua iglesia de Estocolmo).

Hasta que Sony usó el single Heartbeats para un comercial programado en todo el planeta y José González (cantautor sueco, hijo de argentinos exiliados durante la última dictadura militar) hizo su propia versión del tema. De pronto hubo mucha gente que se enteró de la existencia del dúo. Muchos de los que llegaron a The Knife por esa vía probablemente hayan huido despavoridos cuando conocieron el resto del repertorio de esta banda de exóticos hermanos que se despidió de los conciertos en vivo en 2014 con una gira plagada de polémicas inútiles. Parte de la particular energía de ese tour fue capturada en Shaking The Habitual. Live At Terminal 5, souvenir en formato híbrido CD-DVD de uno de los últimos shows de presentación de aquel disco sensual y provocador que tuvo como sofisticado primer referente al filósofo francés Michel Foucault.

Igual que en su debut, Dreijer utiliza en Plunge, su nuevo disco, el pulso habitual de la música bailable para crear climas lúgubres e inquietantes, de aliento casi sobrenatural, y cruzarlos con visiones propias de una aventura de Lovecraft y con alusiones, más terrenales, a las miserias de la política, un asunto que en este segundo álbum aparece con más frecuencia e intensidad.

En "This Country", Dreijer se transforma en una militante idealista para exigir abortos gratuitos y agua potable para todos. Pero también aborda con filo parecido problemáticas de la intimidad como la sexualidad, exponiendo sus fantasías, traumas y neurosis ("An Itch" debe ser de las pocas canciones de la historia del pop que alude de manera abierta al sexo grupal; "Mama's Hand" ataca de modo frontal el desapego maternal; y en "To The Moon and Back" las cosas se ponen directamente porno).
El poder de la música de Fever Ray es realmente singular. Basta una prueba sencilla para certificarlo: cualquier imagen de los títulos iniciales de la serie Vikings de History Channel palidecía en comparación con el sugestivo influjo de "If I Had a Heart", el tema elegido para musicalizarlos.

Incluso cuando la apuesta es la relectura (con un jadeo femenino usado como parte de la percusión, "IDD About You" es algo así como el resultado de un encuentro imaginario entre Björk y Kraftwerk), la impronta sonora de las composiciones de Dreijer es absolutamente personal. Apoyada en una explotación cabal de todas las posibilidades de los sintetizadores y en un apego a la distorsión que hace sistema con su enfoque oblicuo de cada género, cada categoría y cada temática a la que se acerca, se despachó con un disco de superficie glacial y corazón caliente que se planta con decisión como declaración de principios sobre la autonomía intelectual y corporal. Un tratado singular sobre el amor como estado radical y multifacético: vital, físico y sensual, íntimo, feroz y queer.



Fuente: La Nacion

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